miércoles, 2 de enero de 2008

Relato Corto ganador del Segundo Premio en el Certamen de la Mancomunidad

NIEVA EN PEÑARROYA


La almohada estaba empapada en sudor, y yo sin poder dormir por ese motivo, rodaba entre las mantas por lo ancho del colchón.
No podía dormir, así que me incliné y me senté con la espalda apoyada en la pared. La ventana tenía un reflejo blanquecino mezclando con verde lima. Me froté los ojos para ver mejor, pero seguía sin saber de dónde provenían ambos colores. Me salí de mi cama y me puse las zapatillas.
Anduve con sueño hasta la puerta y por el estrecho pasillo miré a la ventana. ¿Era verdad lo que mis ojos veían?
¿De verdad la nieve, ocupaba una espesa capa en el suelo y llenaba las hojas de los árboles de blanco?
Pues entonces, al estar tan sorprendido, entré de nuevo en la habitación, cogí mi cámara de fotos del cajón, y abrí la puerta del patio.
Era una tarea costosa, porque la nieve al menos cubría cuatro centímetros. Sin bufanda, guantes, ni ningún otro elemento para protegerme del frío salí e hice fotos.
Solté la cámara y salí de nuevo al patio.
A medida de que avanzaba se iba abriendo un pequeño camino de huellas.
Entré de nuevo a casa e intenté buscar mis guates, pero como no los encontraba, fui a la habitación de mis padres.
-¡Papá, mamá! –Grité- ha nevado esta noche. Asomaros al patio. ¿Me podéis dar los guantes?
-Busca en los cajones del dormitorio. Creo que están en el cuarto –me dijo mi madre con voz soñolienta.
Corrí a mi habitación y busqué los guantes con tal nerviosismo, que cada vez que cerraba un cajón daba un tremendo golpe. Lo que conseguí hacer con eso, fue despertar a mi hermano.
¡Que nervios! Era la primera vez que veía nieve en Peñarroya-Pueblonuevo.
Cuando al fin me puse los guantes, salí al patio y unos minutos después llegó mi hermano.
Allí, los dos hicimos muñecos y formas raras, hasta que mis padres dijeron:
-Nos vamos.
-¿Por qué? Yo quiero jugar con la nieve –les contesté.
-Vamos a ir al Hoyo y a Ojuelos altos. Seguro que allí hay mas nieve.
Obedecimos, y nos montamos en el coche con un chándal de tela gruesa.
Cada minuto que permanecimos allí, nos entretuvimos, porque papá, nos contaba historias de su niñez.
Cuando paró el coche en el Hoyo, agradecí haber venido. Había una capa de nieve de treinta centímetros al menos.
En el maletero llevábamos unas grandes paletas, para tirarnos por las colinas montados en ellas, así que las cogimos y subimos un gran monte, poblado de encinas con las copas llenas de nieve.
En la punta mas alta, pusimos las palas en el suelo, nos montamos en ellas y avanzamos. Por la pendiente, la pala avanzaba sola y así nos tiramos un par de veces colina abajo.
Cuando nuestros pantalones ya estaban húmedos y teníamos los guantes empapados, nos montamos de nuevo en el coche, para terminar la ruta prevista en Ojuelos Altos.
Allí, cuando aparcamos, nos dirigimos a la cuneta de la antigua carretera. Nos tiramos desde el asfalto, y nos cubrimos de nieve hasta el ombligo. Costaba mucho andar allí. Al avanzar, llegamos a un camino, que comunica el pueblo con el cementerio, y mi hermano y yo, nos dimos cuenta de que había una gran rampa hacia abajo.
Nos sentamos en el suelo y la utilizamos de tobogán.
Algún tiempo después de estar allí, nos llevamos la mayor sorpresa. Empezaron a caer grandes copos.
Recién caídos al suelo, cogíamos puñados de nieve y hacíamos bolas con ellos. Ese era el mejor juego. La guerra de bolas.
Por la tarde, mucho tiempo después de que cayeran los copos, se empezó a derretir la nieve, y las cunetas quedaron encharcadas.
Nos montamos en el coche y cuando llegamos a Peñarroya, me di cuenta de un fallo. ¡Se me había olvidado hacer los deberes!
Había que responder preguntas de un texto.
En casa abrí el libro y sonreí.
Un fragmento del texto decía:

Así, empezó a nevar esa noche. Los niños hicieron muñecos y figuras con la nieve y a la mañana siguiente todos los patios y árboles, amanecían con una fina, y algunos con una gruesa, capa de nieve.

Fue un día maravilloso.


Nieva en Peñarroya.
Alejandro Barrena Jurado

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